lunes, 27 de agosto de 2012

AUTOESTIMA INFANTIL


                Aunque la autoestima es una característica de la personalidad que va formándose a lo largo de toda la vida de la persona, tiene una especial relevancia en los primeros años, ya  que constituirá la base del posterior desarrollo de las cualidades y rasgos de personalidad que tendrá a lo largo de toda su vida adulta.

                Tanto los padres como los educadores, debemos ser conscientes de la importancia de dedicar tiempo y esfuerzo a que el niño desarrolle una autoestima adecuada y si no es así, tendremos que ayudar a que la mejore.

El primer paso es observar qué imagen interna y externa tiene de sí mismo el niño, quién cree que es, qué competencias y limitaciones considera que tiene, etc. Es el autoconcepto, que determinará la valoración posterior que se dé a sí mismo (autoestima) y que afectará directamente a cómo actúa en su entorno y a cómo se relaciona con los que le rodean.

Un niño con autoestima baja puede sufrir sentimientos como la angustia, la indecisión, el desánimo, la vergüenza, el rencor. Estos sentimientos mantenidos en el tiempo pueden provocar, a largo plazo, que la persona ya adulta, se sienta “incómoda consigo misma”, experimente culpabilidad, tristeza, envidias, reacciones descontextualizadas y desmesuradas ante una situación, cambios repentinos de humor, miedos, pesimismo ante la vida y con respecto al futuro, sensación de impotencia e indefensión, etc.

El niño con autoestima baja tiende a creer que es poco valorado por los demás y continuamente se compara con ellos, enfatizando las cualidades positivas de éstos y menospreciando las suyas propias. Ante esta situación, se siente inferior a los demás, y experimenta sentimientos encontrados: por un lado admira a aquellos “que son superiores a él” y por otro “desprecia esta superioridad” porque cree que nunca estará a su altura. Es muy probable que no se marque objetivos porque considere que están fuera de su alcance dadas sus capacidades. Esta creencia le hace caer en una espiral de desánimo, impotencia, rabia y frustración. Y en último término, le conduce a la derrota antes siquiera de haber comenzado. Muchos niños con baja autoestima tienen fracaso escolar y problemas para interaccionar con sus compañeros de clase.

¿Qué podemos hacer como familia y educadores para que el niño desarrolle una autoestima positiva y equilibrada a sus competencias y/o limitaciones reales?

- Cuando el niño es pequeño, reforzar sus logros, felicitarle por lo que consigue, instarle a que continúe y estimularle para que cada vez consiga ir algo más lejos. Por ejemplo, cuando comienza a dar sus primeros pasos, sus primeras palabras, cuando coloca en una torre varias piezas, etc. Y en el caso de no conseguir sus propósitos, ayudarle y animarle a que lo siga intentando.

- Dedicarle la atención necesaria, no sólo cubrir sus necesidades básicas sino estar en cuerpo y alma cuando se están cubriendo esas necesidades. Por ejemplo, cantarle bajito –en vez de estar abstraída viendo la tele- cuando se le está amamantando o mirarle a la cara cuando nos está hablando –en vez de responderle mientras miramos al teléfono móvil-.

- Demostrarle afecto y cariño, y hacerle saber que le queremos tal y como es.

- Evitar comparaciones con otro hermano o con niños de su entorno, que pueden ser vividas por el niño de forma negativa al percibirlas como un desprecio por no ser como los demás esperan que sea.

- Hacerle partícipe de las experiencias familiares en el hogar y de las de grupo en la escuela. Que el niño se sienta útil, necesario, integrado dentro del contexto en el que se encuentre en cada momento.

- Conocer al niño. Observar lo que hace y cómo lo hace. Identificar sus cualidades y sus limitaciones. Saber lo que él piensa de sí mismo y cómo valora lo que percibe. Debemos contrastar y complementar la información que verbalmente nos proporcione el niño al conversar con él, con nuestras observaciones como agentes externos de la situación.

- Devolver la información recibida, desde nuestro punto de vista. Como adultos, tratar de explicar, razonar, orientar por qué él se ve de esa manera y cómo eso puede ayudarle –o no-  en su día a día.

- En el caso de un niño con autoestima baja, deberemos hacerle comprender que todos los seres humanos somos distintos y únicos y que no existe la perfección. Todos podemos equivocarnos en algún momento y después rectificar.  Hay que evitar que el niño se sienta presionado por cómo debe ser, cómo debe actuar o cómo alcanzar una idealizada “perfección”. Todos poseemos cualidades positivas que podemos utilizar en nuestra vida.

- En cuanto al aspecto físico,  también hay que enfatizar las diferencias entre unas personas y otras y cómo esto nos hace únicos y especiales. El niño que se acepta a sí mismo, es impermeable a la percepción y los comentarios que puedan hacer los demás sobre su aspecto.

La autoestima es importante para el ser humano porque le acompaña allá donde vaya, porque mediatiza la relación con el entorno, la visión de uno mismo, la aceptación por parte de los demás, la forma de entender el transcurso de los acontecimientos. Sienta las bases, en definitiva, del ser y el estar con uno mismo, con los demás y con la vida en general.  

martes, 21 de agosto de 2012

NECESITO QUE ME ACEPTEN


Las personas formamos parte de asociaciones, participamos en grupos, en actividades deportivas, culturales o recreativas, etc como herramienta para satisfacer una de las necesidades más importantes del ser humano, que es la de afiliación y afecto por parte de los demás. Necesitamos sentirnos aceptados e integrados dentro de un “grupo” social para estar bien y experimentar sensación de pertenencia.

Esto guarda una estrecha relación con la necesidad de estima (tanto de la imagen y concepto que tenemos de nosotros mismos, como del que tienen los demás acerca de nuestra persona).

Si nos sentimos competentes, confiamos en nuestra valía y capacidad de logro, en nuestros atributos tanto físicos como psicológicos … etc, es más que probable que la relación con nuestro entorno sea satisfactoria.

Por el contrario, si el concepto y valoración de nosotros mismos y el conjunto de nuestras capacidades no es positivo –o suficiente para hacernos sentir bien- la relación con los demás puede verse afectada negativamente: mientras que algunas personas optarán por el aislamiento social por miedo al rechazo, otras buscarán compulsivamente la aprobación del grupo.

 Nuestra interacción con los demás está supeditada a la búsqueda de atención, de aprecio, de reconocimiento, de estatus…, pero si no tenemos un “buen” concepto de nosotros mismos, esa será la imagen que proyectemos al exterior, y por tanto esa será la respuesta que obtendremos de los que nos rodean. Es el caso de las personas con una autoestima baja, que pueden acabar desarrollando cierto complejo de inferioridad, reforzado por las personas de su entorno laboral y personal.  

La búsqueda de aprobación es positiva, siempre y cuando no se convierta en una necesidad. Cuando la persona con una baja autoestima necesita de la aprobación del grupo para sentirse bien, puede exhibir conductas exageradas que en nada ayudan a que se sienta mejor, ni provocan una respuesta satisfactoria por parte del grupo: ser demasiado amable; no saber decir “no” a las demandas de los demás; mostrar conformidad con todas las actitudes de los demás para “no llevar la contraria”; cambiar puntos de vista propios para agradar; adular para conseguir el afecto de los demás; exhibir un comportamiento contrario a los ideales personales para ser aceptado en el grupo; buscar continuamente un consenso fingido para evitar confrontaciones, etc . Ninguna de estas conductas consigue el objetivo último de hacer que la persona con baja autoestima se sienta mejor, porque realmente resultan artificiales para los demás y no reconfortan a la persona, que interiormente, sigue sin aceptarse a sí misma. Muy por el contrario, se puede caer en una espiral de pesimismo y decepción cuando se hace patente que esta necesidad de aprobación no sólo no sirve para alcanzar el objetivo deseado, sino que además perpetúa la baja autoestima –la persona sabe que sus comportamientos son fingidos, están esculpidos según la percepción que tiene de lo que demanda  la situación y resultan alienantes porque no representan cómo es ni cómo se siente interiormente.

Cuando la necesidad de aprobación domina la totalidad de las interacciones sociales, la persona se vuelve especialmente sensible a lo que los demás puedan decir sobre su aspecto físico, rendimiento laboral, competencia familiar y personal. Algunas personas pueden acabar desarrollando fobia social, caracterizada por experimentar ansiedad y temor intenso y continuo a relacionarse con personas que no estén en el entorno habitual y el miedo puede acabar provocando la automarginación en los contactos sociales.

Sentir que los demás nos aprueban en una necesidad básica del ser humano. Pero antes de buscar la aprobación por parte de los demás, es necesario que estemos conformes con nosotros mismos. La primera regla será buscar qué concepto tenemos de nosotros mismos y para ello podemos indagar en: Qué partes de nuestro físico nos satisfacen; Cuáles son susceptibles de mejora; Qué competencias tenemos; Cuáles son nuestros puntos fuertes y en Qué áreas; Cómo nuestros actos son acordes al entorno en el que nos movemos pero sin tener que renunciar a nuestros valores o actitudes, etc. Analizarnos de forma objetiva puede ser el primer paso para comenzar a aceptarnos. Este análisis también permite identificar cuáles son las áreas que pueden ser mejoradas, y  ayuda a decidir por “dónde y en qué dirección” iniciar el cambio.

Si no podemos hacerlo solos, siempre podemos contar con la ayuda de un profesional, que nos entrene en Habilidades Sociales, técnicas de mejora de la Autoestima, o tratamiento de la fobia social. 

jueves, 16 de agosto de 2012

EL MOMENTO PRESENTE



Mientras me agarraba con fuerza a la barra de seguridad de la atracción de feria, dando vueltas y más vueltas a muchos pies del suelo, los ojos llorosos y medio cerrados por efecto del aire y la velocidad y una ligera sensación de mareo, disfrute y vértigo … , me quedé estupefacta ante lo que vi. En el vagón inmediatamente anterior al mío, una chica de no más de 15 o 16 años, escribía tranquilamente un mensaje en el móvil, sin ni siquiera inmutarse de los muchos metros de altura ni la postura –prácticamente boca abajo- a la que estábamos sometidos.

La visión de esta adolescente me hizo pensar en la falta de atención que prestamos al momento presente –incluso en momentos que pueden resultar excitantes de una u otra forma-.

Todos concebimos el presente como el aquí y ahora, el único momento en el que realmente se está desarrollando nuestra vida. Sin embargo, pasamos una gran parte de ella “en otro sitio”, sin darnos cuenta de ese presente que conceptualmente conocemos.

Y si no estamos aquí… ¿dónde nos encontramos?  La respuesta es en el pasado y/o en el futuro a través de nuestros pensamientos y fuera de nuestro cuerpo por falta de atención:

- Cuando estamos físicamente en un lugar, pero tenemos la cabeza en otra parte, no somos conscientes de nuestras emociones o bien nos dejamos llevar por ellas, sin que medie control voluntario. No las identificamos como nuestras y por ello no podemos utilizarlas de forma constructiva.

- Cuando hay una tendencia a vivir en el pasado, retornamos de forma recurrente y disruptiva a vivencias y sentimientos que se dieron tiempo atrás. Generalmente se acude al pasado en forma de lamentaciones por decisiones que no se tomaron, conductas que no se realizaron, "errores" que se cometieron, etc. Si quedamos anclados en este tipo de pensamientos, dando la espalda de forma objetiva al presente, podemos caer en cuestionamientos personales de los que, con toda probabilidad, saldremos malparados.  La autoestima se ve afectada, lo que acaba produciendo un estado de inacción de la situación actual. Este anclaje en el pasado, además, produce emociones y sentimientos negativos que pueden amenazar nuestra salud. La interpretación negativa del pasado y de nosotros mismos, acabará por condicionar nuestro presente.

- Cuando hay una tendencia a vivir en el futuro, elaboramos escenarios probables, idealizamos el futuro. No se trata, en este caso de crear opciones en base a unos objetivos propuestos –lo cual sería altamente constructivo- sino que se refiere, más bien, a una huída hacia delante como consecuencia de una “no aceptación del momento presente”.  No nos conviene lo que vemos o tenemos e idealizamos otro escenario (irreal o inaccesible, por tanto poco adaptativo para cambiar nuestra situación real). Esta tendencia resulta negativa porque nos impide encontrar la solución necesaria, lo que acaba afectando a la visión de nosotros mismos como personas eficaces a la hora de enfrentarnos a los problemas.

La pregunta que debemos hacernos es “¿Podemos invertir esta situación y vivir el Presente?”  La respuesta es rotundamente afirmativa:

- Nuestro cuerpo es lo que nos pone en relación directa con el presente. A través de él sentimos y percibimos lo que se encuentra a nuestro alrededor. Cuando prestamos la suficiente atención a nuestras sensaciones corporales, conseguimos tomar conciencia del momento y forzar –de alguna manera- el loco curso de nuestros pensamientos. Sentir “mariposas en el estómago”, el rápido latido de nuestro corazón, la respiración entrecortada, el vello erizado de la piel, la sudoración excesiva,… etc nos dan una cantidad significativa de información sobre nuestro estado. Hacer ejercicios de relajación y respiraciones profundas pueden ayudarnos a tomar conciencia de las sensaciones que experimentamos en momentos concretos.

- Mirar el pasado desde otra perspectiva, perdonarnos a nosotros mismos, hacer interpretaciones alternativas a los hechos, modificar los afectos asociados a nuestros recuerdos… Todas ellas pueden ayudarnos a no tener el pasado como referencia absoluta y ser una losa de nuestro presente. Las experiencias pasadas sólo son útiles si nos ayudan a encontrar soluciones para  el momento presente y no son la referencia para volver una y otra vez sobre posibles “errores” que nos mortifiquen y nos impidan continuar con nuestra vida.

- Mirar en exceso al futuro en un intento de controlar nuestra vida sólo provoca que descuidemos nuestro presente y que vivamos con cierta sensación de ansiedad todo lo que hacemos. Pretender evitar ciertos contratiempos o adversidades no sólo es bueno, sino que forma parte de nuestro instinto de supervivencia, pero esto dista mucho del hecho de querer controlarlo todo. La vida es imprevisible y si intentamos luchar contra esta premisa, podemos acabar llevándonos una gran desilusión y sentirnos frustrados con nosotros mismos y con nuestra vida. Un sano ejercicio para evitar vivir en el futuro es identificar estos pensamientos ansiosos relativos a tiempos venideros y modificarlos por otros que atañan a nuestro momento presente. Para focalizar la atención en estos últimos, la meditación es una técnica muy aconsejable.

Desconozco qué movía a aquella adolescente a no disfrutar de la atracción de feria. Probablemente se estaba limitando a indicar a algún amigo en qué situación del parque se encontraba exactamente. Sea por lo que fuese, su mente estaba en otro sitio más allá de la altura, el movimiento rápido y la excitación del momento. Pasados un par de minutos me olvidé de ella y monté en otra atracción.

lunes, 6 de agosto de 2012

VOLUNTARIADO Y SALUD EN NUESTROS MAYORES



A las personas  a partir de los 65 años de edad, y con total independencia de su situación laboral,  se las suele ya considerar como “mayores”. Gracias al aumento de la  esperanza de vida, este sector de la población está experimentando un crecimiento  significativo.

Desgraciadamente, en muchas ocasiones, son vistos de forma negativa como una carga y un coste añadido para el resto de la población. Algunas de las explicaciones posibles a esta visión negativa es que se atribuye demasiada importancia al hecho de haber concluido el trabajo remunerado o de suponerles, erróneamente, un estado de “inactividad” general. 

Esta visión negativa, simplista y  poco atractiva de las personas mayores, merma la lista real de contribuciones que hacen en este período final de su vida: cuidado de los nietos, ayuda a sus hijos, actividades de ocio, voluntariado, etc. …

En relación a su participación en labores de voluntariado las cifras apuntan a un incremento significativo en el porcentaje de personas mayores que prestan su ayuda a organizaciones o particulares, de forma totalmente desinteresada. Los factores que pueden estar influyendo en dicho incremento son numerosos: mayor nivel educativo de nuestros mayores, mejor estado de salud asociado a su mejor calidad de vida, su visión positiva del “estar ocupado” y activo, cambios favorables de la población general  hacia la 3ª Edad y un aumento significativo de las oportunidades para ejercer como voluntarios tanto en organizaciones públicas como privadas.

Las motivaciones que mueven a los mayores a hacerse voluntarios, pueden ser diversas:

- Realizar este tipo de actividades ayuda a mantener el bienestar subjetivo y moral. Hace que aparezca o aumente el sentido de pertenencia y de ser necesitado, mientras contribuye activamente al desarrollo de su comunidad.

- Ayuda a preservar  y mantener patrones de conducta establecidos. Las personas que durante su juventud disfrutaron siendo muy activos, intentan mantener esa continuidad. No se trata simplemente de sustituir un trabajo remunerado por otra ocupación, sino de organizar sus días en base a unas actividades y unos horarios concretos, que aportan seguridad. Además pueden tener la necesidad de verse a sí mismos como personas que siguen estando ocupadas, porque es esa la imagen que siempre han tenido de sí mismos.

- Tener un determinado rol social ayuda a lograr el bienestar personal y facilita el mantenimiento de la propia identidad.  Una persona que, durante toda su vida, se ha implicado, de una u otra manera,  colaborando con personas y causas de su entorno, es más que probable que realice actividades de voluntariado como elemento de reafirmación de su autoimagen.

¿Existe alguna relación entre ejercer como voluntario en la 3ª Edad y disfrutar de una mejor salud? Numerosos estudios apuntan a que la respuesta depende del  tipo de actividad en el que se ayuda y el grado de implicación de la persona.

Aquellas personas que colaboran directamente en una tarea;  aquellas que se involucran en causas religiosas;  y las que desarrollan actividades de carácter intergeneracional, presentan un mayor grado de satisfacción.

Cuando los mayores sienten que están realizando una labor productiva experimentan gratificación emocional, extienden su red social, se sienten con mayor poder y prestigio, lo que repercute favorablemente en su salud física y mental.

El hecho de desarrollar y sentir que tienen un rol social que cumplir, proporciona significado, una guía y un propósito para dirigir su vida. Les ayuda a controlar su salud mental y a organizar su día a día –para nuestros mayores es muy importante conservar antiguos hábitos e instaurar otros nuevos, siempre de forma ordenada y repetitiva para evitar esfuerzos innecesarios-.

Y este beneficio resulta especialmente grande cuando se han ido perdiendo roles por el camino (dejar de ser el marido porque se ha quedado viudo, dejar de ser la madre porque el hijo se emancipa y se va de casa, dejar de ser el trabajador en la fábrica porque ha llegado la jubilación, …).

Participar como voluntario aumenta la red social, por lo que la persona mayor percibe que tiene un mayor apoyo social y esto redunda en una reducción del estrés y el riesgo de enfermedad física y mental.

Diversos estudios realizados a este respecto apuntan a que las labores de voluntariado hacen:  Aumentar la integración social; Permiten que los mayores se distraigan de sus propios problemas; Hace que se sientan útiles, necesitados y que tengan un valor en la vida; Hace posible que se vean a sí mismos como más competentes y eficaces, por lo que se valoran más; Mejora su estado emocional general, desarrollando estados de ánimo positivos –lo que influye en la mejora de su autoestima y en el fortalecimiento de su sistema psiconeuroinmunológico-; Realizan una mayor actividad física.

Finalmente, la evidencia apoya que existe una relación entre practicar el voluntariado y una mayor salud física y psicológica percibidas. Probablemente sea una relación bidireccional en la que el voluntariado contribuye a la salud y el hecho de estar sano “anima” a desarrollar este tipo de actividades.  Sea como fuere, participar como Voluntario resulta positivo para nuestros mayores.

miércoles, 1 de agosto de 2012

EDUCACIÓN AFECTIVA


         
Anoche mientras celebrábamos un cumpleaños, entre un bocado y el siguiente, L. me contaba el caso de M., una niña de 6 años, muy delgada, de semblante triste y poco habladora. Los zapatos algo grandes y la falda demasiado estrecha. Corría todo el rato tras dos niñas, que monopolizaban la dirección del juego. Cuando algún adulto se dirigía a ella se limitaba a mirar, sin decir nada, y volvía inmediatamente con las compañeras de juego.

El caso de M. es bastante habitual, pero no por ello resulta menos dramático. En su casa recibe los cuidados básicos necesarios de cualquier niño: alimento, abrigo, cobijo…, pero se echan en falta otros: atención, tiempo compartido en familia, normas de convivencia, demostraciones de afecto, educación afectiva…

 Los niños necesitan experimentar que se les atiende, se les protege y se les educa en un ambiente de cuidado emocional y afecto, es así como adquieren su autoestima y la seguridad que necesitan para conseguir su autonomía personal. Ser afectivos no significa ser permisivos, excesivamente tolerantes o sobreprotectores. El niño se sentirá querido aún cuando le sean impuestas normas o sea reprendido si no las cumple, siempre y cuando se compatibilice la disciplina con señales de cariño manifiesto. El niño necesita retroalimentación a sus conductas: que se premien sus logros y esfuerzos, las conductas adecuadas al contexto, y por el contrario, que sean sancionadas aquellas otras inadecuadas o nocivas para él.

En el hogar deben existir unos criterios y valores, sobre los que asentar unas normas. Es necesario que el niño sepa que irse a dormir pronto a la cama tiene como finalidad el descanso físico y mental, que lavarse los dientes tras cada comida evitará problemas dentales, que sentarse correctamente a la mesa es parte de unos hábitos alimenticios adecuados,  que decir NO a un capricho poco útil u oportuno a su edad es aprender a diferenciar lo necesario y conveniente de lo que no lo es y nada tiene que ver con los sentimientos hacia el otro, … que verbalizar un” te necesito”, un “te quiero”, un “estoy orgulloso de ti” sirve para manifestar lo que sentimos hacia la otra persona e indirectamente para orientarle en la dirección que debe seguir…

Y en todo este proceso, los padres debemos actuar como modelos, practicando la coherencia entre las normas que imponemos al niño y nuestra forma de vida. ¿Cómo prohibir a un adolescente fumar si nosotros fumamos dos cajetillas diarias?, ¿Qué mejor forma de introducir a nuestro hijo en el apasionante mundo de la lectura que yéndonos a dormir cada noche con un libro en la mano?  

Con la educación afectiva ocurre algo similar. El padre y la madre, como primeros y más decisivos agentes sociales  debemos  dar  ejemplo  y servir de modelos de conducta a partir de la expresión de nuestras emociones y sentimientos.

Habilidades como el control de las emociones, mostrar una actitud empática hacia los demás o manifestar una actitud positiva hacia el mundo y las cosas, son parte de lo que se denomina como Inteligencia Emocional. Poseer estas habilidades ayuda a prevenir la aparición de conductas violentas y evita más de un conflicto interpersonal debidos a la falta de control de impulsos. 

La afectividad, las emociones y los sentimientos son parte de nuestra naturaleza y desempeñan un papel importante en nuestra vida: la tristeza, por ejemplo,  es una forma de expresar dolor y de pedir ayuda; con la ira, expresamos nuestro malestar hacia algo o alguien; con la alegría manifestamos nuestra satisfacción; con las rabietas demostramos nuestra insatisfacción y frustración, etc. Las emociones resultan necesarias, pero sin la educación afectiva adecuada, pueden dispararse en momentos determinados y escapar a nuestro control.

Educar la afectividad debe ser un acto espontáneo y natural, un proceso continuo y permanente que complemente la maduración cognitiva del niño y que posibilite el desarrollo integral de su personalidad. Debe abarcar actitudes positivas ante la vida, habilidades sociales, actitudes empáticas, etc,  que posibiliten el desarrollo de su bienestar personal, físico y social y el aprendizaje de una forma de expresión y contacto con el mundo exterior. 


    Educar la afectividad debe convertirse en un área más sobre el que incidir en la hermosa y nada sencilla tarea de hacer de nuestros hijos unos seres más completos, adaptados y felices.