Generalmente, el niño tímido, no
despierta demasiada atención o preocupación, entre padres y educadores. Quizá,
por su carácter tranquilo y callado, por “no causar problemas”, pasa
desapercibido.
Esto se explica porque los problemas que
son interiorizados resultan menos llamativos y disruptivos que aquellos que se
exteriorizan. Mientras que los primeros pueden manifestarse a través de conductas
de evitación o miedo, los segundos suelen implicar problemas de conducta y
generan malestar y preocupación en el ambiente que rodea al niño. También se
cree –en muchos casos de forma errónea- que los problemas de timidez remitirán
con el tiempo y que son más bien debidos a la edad que a un problema real del
niño.
Pero, ¿qué es realmente la timidez?
Desde el punto de vista de la Psicología, la timidez se define como aquel
patrón de conducta que se caracteriza por un déficit acusado de las relaciones
interpersonales y una tendencia estable a evitar el contacto social con otras
personas. El niño tímido:
- No suele relacionarse con adultos ni
con sus iguales. No participa de forma activa en la clase. Le cuesta iniciar
conversaciones con otros niños y no suele participar en los juegos. Se muestra
pasivo, no sabe reaccionar asertivamente cuando la ocasión así lo requiere, no
expresa sus sentimientos ante los demás, se aísla del grupo y presenta un pobre
repertorio de habilidades sociales.
- Habitualmente presenta un miedo
irracional a expresar sus opiniones o actuar ante los demás, y cuando debe
hacerlo (por ejemplo tiene que responder a una pregunta en clase o salir a la
pizarra a resolver un problema), tiene una activación psicofisiológica que le
provoca sudor, temblores, tartamudeo, etc. El niño, además, no sabe controlar
esta situación, lo que hace que aún se sienta peor con todo lo que le ocurre.
- Sufre, lo que a menudo provoca que
tenga problemas afectivos, autoestima negativa, sentimientos de inferioridad
con respecto a otros niños, ideas irracionales sobre sus capacidades y aptitudes
reales. A veces se queja de dolores de cabeza o estómago, mareos, en un intento
de evitar situaciones temidas, como por ejemplo, ir al colegio.
El grado en el que se manifiesten estas
conductas de evitación, conductas de ansiedad, activación psicofisiológica y
problemas de índole afectivo, resultarán determinantes para saber si estamos
ante una timidez “normal” o una de carácter patológico, donde ya será precisa
la ayuda de un profesional.
¿Qué podemos hacer nosotros para ayudar
a nuestro niño tímido?
Quizá lo primero es reconocer cual es la
causa de su timidez. Ser tímido no es un capricho ni una falta de educación, la
causa puede ser genética (herencia familiar), ambiental (más que el ambiente en
sí mismo, es la forma de percibirlo e interpretarlo como amenazante), emocional
(por un probable apego inseguro) o por aprendizaje (puede no haber aprendido o
haberlo hecho de forma incompleta, ciertas habilidades sociales básicas para
una adecuada interacción con los demás).
No debemos, nunca, ridiculizarlo delante
de los demás. Tampoco compararlo con otros niños porque los comentarios pueden
hacerle sentir muy inferior.
Antes de enfrentarle ante cualquier
situación nueva, hay que haber consolidado el éxito de otras anteriores. Antes de llevarle a una fiesta de cumpleaños
“multitudinaria”, intentamos que
hable con varios de los niños que van a ir a la misma fiesta para que vaya
familiarizándose y cogiendo confianza en sí mismo.
Debemos apoyarle y hacerle saber que
sabemos cuál es su problema y mostrar nuestra absoluta disposición en aquello
que pudiese necesitar para sentirse mejor. Al normalizar la situación, el niño se deshace de la sensación de ser “una
carga” o de generar un problema a los padres.
Un amigo de su edad puede servir de
referente –modelo de conducta- y de apoyo –siente que un igual le entiende y valora tal y como es-.
Tendremos que estar atentos a
expresiones o descalificaciones que se haga a sí mismo y que tengan que ver con
sus aptitudes y con sus expectativas futuras. Ante un “no valgo para nada”, “nunca
tendré amigos”, “esto nunca va a cambiar”, nos sentaremos a escuchar sus
argumentos, le explicaremos que está en un error y le indicaremos formas de
pensar alternativas que mejoren su autoconcepto y potencien su autoestima.
Debemos darle tiempo y que poco a poco
vaya superando pequeños retos, en función de la etapa vital que atraviese.
Analizaremos el grado de timidez del
niño y lo incapacitante que puede resultar para él, podemos hablar con sus
educadores, y si fuese necesario, acudir a un profesional que nos provea de las
herramientas psicológicas necesarias para ser más eficaz en sus relaciones
interpersonales y disfrutar de una mejor salud emocional.