Tiene la mirada algo perdida, dirige su atención a varias cosas a la vez, no termina sus tareas, interrumpe las conversaciones, parece no poder estar quieta en la silla, no se centra cuando lee y no entiende lo que ha leído, suspende las evaluaciones, en el recreo juega sola, obedece sólo a veces … y así cada día. Tiene 6 años y cada día supone un reto para ella y su familia.
Pongamos que su nombre es María. A María le acaban de diagnosticar un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). La primera reacción familiar es preguntarse por qué y qué hacer de aquí en adelante. Después, el compromiso de todos de poner todos los medios a su alcance para mejorar la situación. Habrá que hablar con el colegio, con el equipo de profesores que están con ella y entre unos y otros marcar el ritmo y remar en la misma dirección.
En casa, lo primero será tratar de “normalizar” la situación. María –hoy que ya tiene un diagnóstico- no ha cambiado con respecto a ayer. Sigue siendo la misma niña guapa, alegre y revoltosa, sólo que ahora es más fácil ayudarla porque hay más información de lo que sucede. La “normalización” es constructiva porque dejamos de centrarnos en “lo que tiene” para pensar en el “qué hay que hacer”. La “normalización” destierra afectos negativos porque “no hay nada contra lo que luchar”, sino “algo que conseguir”.
Cuando las personas “normalizan” situaciones, se encuentran más relajadas y se manifiestan más tranquilas. Los demás perciben y se hacen eco de dicha tranquilidad. María también lo hace. Su familia no habla del déficit, sólo hacen algunas cosas que antes no hacían con ella. Cuando pierde la mirada, la cogen de la barbilla y la orientan hacia un lado; cuando dirige su atención a varias cosas a la vez, sin que ella se dé cuenta la retiran las fuentes de estimulación y la dejan sólo delante de una cosa o bien la trasladan a ella de sitio; cuando interrumpe las conversaciones, se lo hacen saber en voz muy tranquila y calmada, y si aún insiste, la piden que intervenga en la conversación, quieren oír lo que tenga que decirles, pero respetando los turnos de palabra; cuando no puede estar quieta en la silla, se sientan con ella, la acarician los brazos, la susurran al oído lo orgullosos que están de ella, la dicen que respire despacio y que mentalmente cuente hasta 10; cuando no se centra en lo que lee, se sientan con ella y juegan a los “párrafos encadenados”, ella lee varias frases mientras su familia está atenta para leer la última palabra de su párrafo, el que ella tiene que encadenar con la última palabra del de su familia; cuando trae en las notas algún suspenso, su familia se centra en aquellas otras notas positivas y después de haberla hecho entender cuan orgullosos están de ella, se ofrecen a ayudarla con aquellas que ha suspendido, porque las asignaturas suspensas son una situación pasajera que con esfuerzo, mayor dedicación y grandes dosis de paciencia , se pueden aprobar; las veces que obedece, la familia la premia con una sonrisa, un gracias, un “te quiero” y sólo en contadas ocasiones con una muñeca, mientras que las veces que desobedece su familia se lo hace saber, sin recriminarla, sin acritud, con voz firme y mucha mano izquierda, animándola a que la próxima vez lo haga mejor; María ya juega menos sola en el recreo, porque aunque sabe que interrumpe muy de vez en cuando el juego y se mueve mucho, ha aprendido a aceptarse a sí misma, sabe que los demás la quieren y la apoyan con sus particularidades, pero sobre todo, ya, POR FIN, sabe lo que los demás esperan de ella…
Casos como el de María son muy habituales. Las familias suelen acudir a los equipos de Salud Mental, bien por prescripción de su pediatra habitual, bien por consejo de los orientadores de su centro educativo. Es necesario hacer una primera valoración por parte de un profesional que emita un diagnóstico y unas pautas a seguir. NO todos los niños inquietos son hiperactivos, y los niños inquietos NO todos lo son por la misma razón. En algunos casos, el niño necesitará tratamiento farmacológico unido a una terapia cognitiva-conductual dirigida por un psicólogo. En muchos otros casos, sólo será necesaria la terapia con el psicólogo. En uno u otro caso, debe existir, siempre, una estrecha colaboración entre el profesional de Salud Mental, el Colegio y la Familia. Los criterios de actuación y los objetivos a conseguir con el niño, deben ir en la misma dirección. Solo así el tratamiento será efectivo.