viernes, 29 de junio de 2012

CUIDANDO DE MI HIJA


   Tiene la mirada algo perdida, dirige su atención a varias cosas a la vez, no termina sus tareas, interrumpe las conversaciones, parece no poder estar quieta en la silla, no se centra cuando lee y no entiende lo que ha leído, suspende las evaluaciones, en el recreo juega sola, obedece sólo a veces … y así cada día. Tiene 6 años y cada día supone un reto para ella y su familia.

   Pongamos que su nombre es María. A María le acaban de diagnosticar un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). La primera reacción familiar es preguntarse por qué y qué hacer de aquí en adelante. Después, el compromiso de todos de poner todos los medios a su alcance para mejorar la situación. Habrá que hablar con el colegio, con el equipo de profesores que están con ella y entre unos y otros marcar el ritmo y remar en la misma dirección. 

   En casa, lo primero será tratar de “normalizar” la situación. María –hoy que ya tiene un diagnóstico- no ha cambiado con respecto a ayer. Sigue siendo la misma niña guapa, alegre y revoltosa,  sólo que ahora es más fácil  ayudarla porque hay más información de lo que  sucede. La “normalización” es constructiva porque dejamos de centrarnos en “lo que tiene” para pensar en el “qué hay que hacer”. La “normalización” destierra afectos negativos porque “no hay nada contra lo que luchar”, sino “algo que conseguir”.

   Cuando las personas “normalizan” situaciones, se encuentran más relajadas y se manifiestan más tranquilas. Los demás perciben y se hacen eco de dicha tranquilidad. María también lo hace. Su familia no habla del déficit, sólo hacen algunas cosas que antes no hacían con ella. Cuando pierde la mirada, la cogen de la barbilla y la orientan hacia un lado; cuando dirige su atención a varias cosas a la vez, sin que ella se dé cuenta la retiran las fuentes de estimulación y la dejan sólo delante de una cosa o bien la trasladan a ella de sitio; cuando interrumpe las conversaciones, se lo hacen saber en voz muy tranquila y calmada, y si aún insiste, la piden que intervenga en la conversación, quieren oír lo que tenga que decirles,  pero respetando los turnos de palabra; cuando no puede estar quieta en la silla, se sientan con ella, la acarician los brazos, la susurran al oído lo orgullosos que están de ella, la dicen que respire despacio y que mentalmente cuente hasta 10; cuando no se centra en lo que lee, se sientan con ella y juegan a los “párrafos encadenados”,   ella lee varias frases mientras su familia está atenta para leer la última palabra de su párrafo, el que ella tiene que encadenar con la última palabra del de su familia; cuando trae en las notas algún suspenso, su familia se centra en aquellas otras notas positivas y después de haberla hecho entender cuan orgullosos están de ella, se ofrecen a ayudarla con aquellas que ha suspendido, porque las asignaturas suspensas son una situación pasajera que con esfuerzo, mayor dedicación y grandes dosis de paciencia , se pueden aprobar; las veces que obedece, la familia la premia con una sonrisa, un gracias, un “te quiero” y sólo en contadas ocasiones con una muñeca, mientras que las veces que desobedece su familia se lo hace saber, sin recriminarla, sin acritud, con voz firme y mucha mano izquierda, animándola a que la próxima vez lo haga mejor; María ya juega menos sola en el recreo, porque aunque sabe que interrumpe muy de vez en cuando el juego y se mueve mucho, ha aprendido a aceptarse a sí misma, sabe que los demás la quieren y la apoyan con sus particularidades, pero sobre todo, ya, POR FIN, sabe lo que los demás esperan de ella…

   Casos como el de María son muy habituales. Las familias suelen acudir a los equipos de Salud Mental, bien por prescripción de su pediatra habitual, bien por consejo de los orientadores de su centro educativo. Es necesario hacer una primera valoración por parte de un profesional que emita un diagnóstico y unas pautas a seguir. NO todos los niños inquietos son hiperactivos, y los niños inquietos NO todos lo son por la misma razón. En algunos casos, el niño necesitará tratamiento farmacológico unido a una terapia cognitiva-conductual  dirigida por un psicólogo. En muchos otros casos, sólo será necesaria la terapia con el psicólogo. En uno u otro caso, debe existir, siempre,  una estrecha colaboración entre el profesional de Salud Mental, el Colegio y la Familia. Los criterios de actuación y los objetivos a conseguir con el niño, deben ir en la misma dirección. Solo así el tratamiento será efectivo.


miércoles, 27 de junio de 2012

SOCIALIZAR ES UNA NECESIDAD


“El ser humano es un ser social por naturaleza”
        Aristóteles

    Ayer mientras veía correr a mis hijos por el parque, con sus amigos, pensaba en lo felices que son. Y en lo afortunados que son de ser felices…

   El calor hacía que pareciese que estábamos dentro de un  horno gigante. La mesa llena de comida, sin tocar, porque el calor sólo nos dejaba beber. A pocos metros una fuente y muchas ganas de mojarse. Globos y más globos se estrellaban unos contra otros. Fue una estampa maravillosa. De las que disfrutas en el momento y de las que cuando recuerdas, te hacen esbozar una sonrisa.

   Los padres afanados en hablar de nuestras cosas, en encontrar vivencias comunes que nos hagan sentirnos más afines y en arreglar un poquito el mundo.

   La vuelta a casa, muy tarde, muy cansados y muy felices. Con la grata sensación de haber vivido una jornada plena, en familia y rodeados de amigos.
  
      Que el ser humano es un animal social es un hecho ampliamente contrastado. La pertenencia a una comunidad, la agrupación familiar, con amistades o en otras organizaciones sociales, no puede ser considerado tanto desde la perspectiva de “intercambio de cosas” y satisfacción de necesidades, como lo es por lo que aporta a la vida emocional de las personas.

   Las relaciones sociales constituyen  una fuente fundamental de bienestar subjetivo y de felicidad, lo que redunda positivamente en la salud mental y física de las personas. El contacto con los demás hace que nos sintamos más optimistas, más alegres, permite la comunicación de vivencias y emociones y hace que nos sintamos valorados y miembros pertenecientes a un grupo.

   Y el efecto que provoca en nosotros es recíproco para la relación: al aumentar las relaciones, aumenta el valor afectivo de las interacciones. Al hacerlo, aumentan las emociones positivas que experimentamos, lo que es percibido por los demás, provocando que hacia nosotros tengan conductas de generosidad, cooperación y amabilidad.

   Es un auténtico círculo vicioso.

   Tal y como exponía  Maslow en su teoría de la “Pirámide de necesidades”, el ser humano, una vez satisfechas las necesidades fisiológicas y de seguridad, necesita cubrir las necesidades sociales. Necesita compañía, comunicación, participación social, intimidad, demostración y recepción de afectos.  Todo ello redundará positivamente en su mente y en su cuerpo. 

lunes, 25 de junio de 2012

DÓNDE DIRIJO MI ATENCIÓN. Parte II


  “Es Junio. Hace una semana recibí una carta en la que se anunciaba mi despido –improcedente, pero despido en definitiva-. La situación económica es delicada y soy plenamente consciente de ello. Estos días he estado pensando detenidamente en ello y he tomado una decisión…”

   Se acaba de presentar una situación adversa. Un contratiempo que rompe con la estabilidad de la persona. La circunstancia se ve agravada por el factor “sorpresa”, la persona no contempla en su esquema mental  la posibilidad de un cambio vital externo que pueda afectar de forma tan inmediata. Y Sin embargo, sabe que debe enfrentarse a ello.

   La primera reacción puede ser la incredulidad: “Esto no me puede pasar a mí”, después la duda: “¿Pero qué he hecho yo para que me ocurra esto?”, la incertidumbre: “¿Y qué voy a hacer ahora?”, el miedo: “¿Y qué va a ser de mí de aquí en adelante?”, la desesperanza: “Tal y como está la situación no creo que encuentre trabajo fácilmente”. Todas y cada una de estas preguntas/afirmaciones no dejan indiferente a nuestro cerebro.

   Es frecuente experimentarlas en un primer momento, y si se mantienen en el tiempo pueden provocar que la persona desarrolle emociones negativas, muestre conductas poco adaptativas y tenga actitudes demoledoras.

  Imaginemos ahora la misma situación, pero desde otra perspectiva. Éstas pueden ser algunas afirmaciones que se hace la persona: “El despido me ha pillado por sorpresa”, “Imagino que se debe a la situación financiera de la empresa”, “Empiezo lo antes posible a buscar otro empleo”, “Las cosas están complicadas, pero tengo formación y experiencia y eso es muy importante”…Tampoco ninguna de estas afirmaciones deja indiferente al cerebro. Sólo que en este caso, las “órdenes” recibidas a través del pensamiento son positivas –sin dejar de ser realistas-. Comienzan a ponerse en marcha algunos procesos cognitivos, que unidos a las acciones de la persona,  aumentan la probabilidad de variar su situación actual:

   “Intención”: la persona se PROPONE buscar un empleo. Implica el comienzo de una acción.

   “Atención”: el foco atencional se estrecha y la persona sólo se centra en la búsqueda de empleo. Ésta se vuelve más eficaz porque existe una orientación selectiva hacia aquellas informaciones o situaciones que pueden ser provechosas para cambiar la situación. La persona está alerta al entorno que la rodea.

   “Motivación”: Directamente relacionada con las dos anteriores. Existe una necesidad que debe ser satisfecha,  encontrar un empleo. La persona pone en marcha acciones que den lugar a resultados.

   “Emociones positivas”: Actúan de dos maneras; 1) Empujan a que la persona se muestre optimista, activa, esperanzada y tenga expectativas de éxito y 2) Se traducen en actitudes positivas que son captadas por el entorno de la persona, que responde de modo receptivo a las necesidades de ésta.

   De nuevo, vuelve a quedar patente la importancia de los pensamientos y las emociones en la dirección de nuestra atención y en último término de nuestras conductas. 

jueves, 21 de junio de 2012

¿DÓNDE DIRIJO MI ATENCIÓN? Parte I


Mientras monto en bicicleta, llevo las manos colocadas en el manillar y la vista al frente. No me hace falta pensar cómo voy a mover mis manos, éstas se dirigen automáticamente hacia el mismo sitio hacia donde miro. Porque es hacia donde voy…

Este hecho resulta tan obvio que pasa inadvertido. Lo mismo sucede con una buena parte de nuestras conductas y acciones. Se dirigen automáticamente hacia donde queremos ir –o hacia donde estamos mirando-. Esto es comprensible,… y será positivo siempre y cuando la dirección hacia la que nos dirijamos sea la adecuada. Pero no siempre es así.

Pensemos en varios ejemplos algo burdos: La tasa de natalidad en España es bastante baja, sin embargo nada más quedarme embarazada comienzo a ver por todas partes  mujeres en mi mismo estado; Acabo de adquirir un coche de un amarillo serie limitada, recuerdo haber visto sólo un par de vehículos del mismo color antes. Un mes después de salir con mi coche del concesionario  me doy cuenta de que tras mi compra he visto casi a diario algún coche del mismo color que el mío; Acaban de diagnosticarme una dolencia de la que no había oído hablar nunca. Cuando lo hablo con mis allegados todos me dicen que conocen a alguien que sufre la misma dolencia…

¿Casualidad? ¿Prodigio? La explicación es bastante más sencilla. Cuando el individuo se encuentra interesado en algo –por necesidad o mera proximidad- se estrecha su foco atencional y deja de atender a otros estímulos externos no coincidentes con su “interés”.

Si, por ejemplo,  la persona necesita resolver un problema suceden tres cosas: 1) de forma automática el cerebro comienza a repasar toda la información latente de la que dispone el individuo y que sea relevante para el problema, haciéndola además aflorar a estadios conscientes para su procesamiento; 2) al estrechar el foco atencional, la persona sólo captará del exterior aquella información que le sirva para resolver el problema planteado y 3) comenzará el procesamiento, análisis y tratamiento de la información recibida para lograr encontrar la solución.

Todo ello pone de manifiesto la importancia que tiene elegir adecuadamente qué es lo que nos interesa  –desechando lo que pueda resultar nocivo o no adaptativo-. Necesitamos centrarnos (voluntaria o involuntariamente) en pensamientos e ideas que resulten constructivos y que puedan ayudarnos a poner en marcha otros procesos cognitivos acordes y necesarios para nuestro momento vital.  




lunes, 18 de junio de 2012

"...Y QUIERO"

“Nadie sabe de lo que es capaz, hasta que lo intenta”
                                                               Charles Dickens
   La corteza prefrontal o córtex prefrontal se encuentra situado en la parte anterior de los lóbulos frontales de nuestro cerebro. Esta región cerebral está directamente implicada en funciones ejecutivas, como la planificación, los procesos de toma de decisiones, la expresión de la personalidad y la adecuación de nuestro comportamiento a las exigencias sociales.

  Esta parte del cerebro trabaja para que el individuo pueda diferenciar entre el bien y el mal, sea capaz de prever cuáles podrían ser las consecuencias si emite una conducta determinada, puede planificar los pasos a dar para conseguir un objetivo establecido, es capaz de crear unas expectativas, inhibe comportamientos impulsivos no adaptativos y en general, “regula el comportamiento a realizar por el individuo siguiendo un plan”.

  Estas funciones ejecutivas, junto con el lenguaje, son las que nos hacen diferentes de los animales. El ser humano tiene la capacidad de “decidir”, “reflexionar”, “planear”, “dirigir”, “visualizar”, y un largo etcétera…. El cerebro está preparado para ello, sólo hay que ponerlo en marcha. Y el primer paso es la intención –consciente o inconsciente- de que empiece a funcionar, y de cómo queremos que funcione. “Un coche puede estar en perfecto estado, pero si no introducimos la llave de contacto y la giramos, el coche no arrancará. Una vez encendido y ya conduciendo, también decidimos cómo queremos conducir, corriendo más o yendo más despacio, cumpliendo las normas o saltándonos los semáforos…”. Con el cerebro pasa algo parecido. Lo ponemos en marcha, intentamos ser conscientes de que estamos utilizando las capacidades que posee y lo dirigimos hacia lo que deseamos conseguir. Tenemos la INTENCIÓN de conseguir que funcione de una forma determinada y que eso se traduzca en los resultados esperados.

  Cuando de forma consciente o no consciente tenemos pensamientos positivos, expectativas, ilusión,… la zona prefrontal de nuestro cerebro activa aquellos procesos atencionales que hacen que focalicemos todos nuestros esfuerzos –ahora conscientes- en aquello relativo a lo que pensamos, sin reparar siquiera en aquello que pueda obstaculizar su consecución. Imaginemos por un momento  que deseo y tengo la intención de encontrar la solución a un problema dado. De forma quizá no consciente, le estoy dando información a mi cerebro para que se focalice sólo en aquellas ideas, estímulos o informaciones del exterior que puedan ayudarme a conseguir resolver mi problema. Y mi cerebro hará lo que le pido: se mostrará receptivo a todo lo que me pueda ser de utilidad, sin percatarse de otras cosas que me distraigan o que vayan en sentido opuesto a lo que quiero conseguir. “Pongo a mi cerebro en modo automático” para ser consciente de lo que necesito y una vez tengo esa información, emito una serie de conductas que me llevarán a conseguir el resultado esperado.



miércoles, 13 de junio de 2012

SOBRE LA SALUD PSICOLÓGICA Y LAS EMOCIONES POSITIVAS


     La salud de los seres humanos se basa en el equilibrio de factores biológicos, psicológicos y sociales, y cómo éstos interrelacionan. Por eso se habla de salud física, pero también mental.

    Y si esto es así podemos plantearnos cómo puede beneficiar a la salud de nuestro cuerpo, el funcionamiento de nuestro cerebro, las predisposiciones innatas y las respuestas adquiridas por aprendizaje.

     Estudios realizados indican que aquellas personas que son optimistas y felices presentan niveles más bajos de la “hormona del estrés”, que en cantidades elevadas pueden provocar una disminución de las defensas, hipertensión arterial y acumulación de grasa en la zona abdominal. Otras investigaciones demuestran que aquellas personas más felices presentan mejor salud general que aquellas que son más pesimistas o que han soportado durante un tiempo prolongado una situación de estrés. También se ha comprobado que las emociones positivas están asociadas a respuestas biológicas, por parte del organismo, que protegen la salud del individuo.

     El optimismo parece, por sí mismo, crear la salud, pero también facilita un estado de ánimo positivo que incita al individuo a llevar una vida más saludable. Como si de un círculo vicioso se tratase.

     La esperanza también parece tener efectos beneficiosos sobre la salud. Las personas que viven con esperanza son capaces de resistir mejor circunstancias adversas y tener confianza en que la situación mejorará con el tiempo.

      El buen humor y la risa pueden suponer herramientas muy efectivas a la hora de combatir una enfermedad. Estar de buen humor hace que cambie la perspectiva de nuestros problemas. En cuanto a la risa, se la puede considerar como una liberadora de tensiones acumuladas. En cualquier caso, que el individuo se mantenga emocionalmente estable, hace más probable  que el sistema inmunológico actúe de forma adecuada.

     Sin contradecir lo dicho, hay que puntualizar que las emociones positivas ayudan a sobrellevar las enfermedades favoreciendo el proceso de recuperación, pero por sí solas no logran “curar” al individuo. Si a un paciente se le ha diagnosticado cáncer, deberá seguir el tratamiento prescrito por su médico. Las emociones positivas, en este caso, pueden contribuir a que el organismo se encuentre más fuerte y receptivo al tratamiento, y también ayudarán al paciente a aceptar y sobrellevar psicológicamente la enfermedad –lo cual redunda positivamente en su sistema inmunológico y por tanto en el curso de la patología-.

      Son muchos los estudios y las investigaciones que avalan estos datos: “vivir en positivo” es necesario para la salud.

viernes, 8 de junio de 2012

EMOCIONES Y SALUD


     Las emociones son estados afectivos, que resultan de una reacción subjetiva al ambiente. Al experimentar una emoción se producen  una serie de cambios orgánicos en nuestro organismo.  Cuando éste se siente amenazado, bien de forma física o psicológica, las emociones intervienen para restablecerlo, ejerciendo un papel adaptativo.

    Sin embargo, en algunas ocasiones, las emociones influyen en la aparición de enfermedades y es entonces cuando dejan de ser adaptativas para el organismo.

   Que las emociones actúen en uno u otro sentido, va a depender de la evaluación que el individuo haga del estímulo que amenaza su equilibrio, pero también de la respuesta que emita para enfrentarse a dicho estímulo.

    La salud está compuesta por una serie de factores biológicos, psicológicos y sociales interdependientes entre sí, por eso se puede decir que el individuo sano es aquel que lo está en todos los sentidos.  De esta interdependencia ya hablaban los antiguos griegos: “Las enfermedades son consecuencia de un desequilibrio de los humores internos, que puede ser restablecido con buena alimentación y con reposo del cuerpo y del espíritu” Hipócrates, (460-370 a.C). Hoy en día la ciencia que estudia la relación mente-cuerpo es la Psiconeuroinmunología, campo interdisciplinar que estudia la relación entre el cerebro y los sistemas homeostáticos del organismo (sistemas nervioso, inmunológico y neuroendocrino), y cuyos hallazgos están teniendo importantes implicaciones clínicas.

    Y una de las formas en las que la psique influye en el cuerpo es precisamente a través de las emociones.  Emociones positivas (como la alegría, el buen humor, el optimismo, la satisfacción) previenen la aparición de ciertas enfermedades, o nos ayudan a sobrellevarlas mejor  facilitando nuestra recuperación.

     Por el contrario las emociones negativas (tristeza, ansiedad, ira) favorecen la aparición y mantenimiento de enfermedades al hacer más vulnerable nuestro sistema inmunológico neuroendocrino.


jueves, 7 de junio de 2012

PENSAMIENTO Y EMOCIÓN


    Resulta innegable el hecho de que las emociones son una parte muy importante de la psique  y del comportamiento del ser humano. Ahora bien, a lo largo de los años, y en función de unas u otras corrientes de Psicología, las atribuciones que se han dado a las emociones han sido bien distintas.
  Mientras que freudianos y conductistas afirman que la emoción determina el pensamiento, los cognitivistas apuestan por la hipótesis de que es el pensamiento el que guía a la emoción. Ambas posturas son irreconciliables y claramente opuestas. Ya en el siglo XXI, es necesario plantearse una postura a medio camino entre unos y otros, e identificar cuándo la emoción determina el pensamiento y al contrario, en qué condiciones el pensamiento determina la emoción.
   Hay evidencias sobradas de que las emociones pueden generarse a partir de la cognición. Pensar en la muerte de un ser querido nos puede generar angustia y tristeza, mientras que pensar en un posible ascenso en el trabajo hace que experimentemos cierto regocijo y satisfacción. Estos estados de ánimo son fruto de los pensamientos que tenemos y para entender por qué sentimos lo que sentimos en un momento dado, debemos analizar qué pensamiento/s ha/n sido el/los desencadenante/s.
   Ahora bien, lo anterior no está reñido con el hecho de que las sensaciones que experimentamos puedan ser la reacción automática a estímulos del exterior. Tomar una bebida muy fría en una calurosa tarde de verano, una ducha de agua caliente, el sol en la cara en invierno,…nos hacen sentir bien y esto también puede desencadenar emociones positivas como el placer de los sentidos.  Por el contrario, una superficie muy caliente bajo nuestros pies, un dolor agudo de estómago después de una comida copiosa, escuchar una noticia trágica en el telediario,…provocan sensaciones desagradables que pueden convertirse en emociones negativas como la repulsa o la tristeza. Y en ambos casos, para que se desencadene una emoción no se hace preciso el pensamiento.
    La Psicología del siglo XXI continúa haciéndose eco de la importancia de las emociones en la vida psicológica del individuo, pero cambia la diana. Emociones como la tristeza dejan paso a otras como la felicidad, la sensación de bienestar y el optimismo. Independientemente de su origen.
     

miércoles, 6 de junio de 2012

PARA REFLEXIONAR

 

  Una caricia, la brisa fresca en la cara, una sonrisa, una palabra de agradecimiento, un paisaje estimulante, una buena noticia, lograr un objetivo, el abrazo de un amigo...son todas experiencias agradables que pueden suscitar en nosotros una sensación de bienestar y cierto grado de felicidad.


    Podríamos plantearnos varias cuestiones:

    - ¿Las sensaciones agradables son siempre el resultado de experiencias con nuestro entorno o es posible sentirse bien sin más?  


   - ¿Es quizá la "forma de ver las cosas" que suceden a nuestro alrededor la que determina las sensaciones que provocan las experiencias que vivimos? 

  -¿Todas las personas reaccionamos del mismo modo ante los mismos estímulos?


   -¿Es posible empezar a reaccionar de forma más positiva a las experiencias que vivimos? 


    -¿Las emociones positivas pueden influir en mi organismo?


  Preguntas complejas que pueden ayudarnos a comprender mejor nuestro pensamiento y nuestras acciones